Andrea Itúrburu
6 min readAug 10, 2020

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Me depilo, hago dieta y me maquillo…¿Porque quiero?

Hay cosas que le haces a tu cuerpo porque te hicieron creer que las necesitas.
Nunca más regresé a depilarme la vulva porque ni un besito me dieron.

Mi hermana le dedicaba sus mañanas de todos los domingos a su “mantenimiento” personal. Aún recuerdo los gritos que pegaba mientras se quitaba bruscamente la cera de sus piernas. Una vez, lo hizo tan fuerte que se le salieron un par de lágrimas. Recuerdo haberle preguntado: Si te duele ¿por qué lo haces? Y ella me respondió una frase que hasta el día de hoy, la dice, incluso a su hija que recién está entrando a la pubertad: “La belleza cuesta”

En esos días me rasuré las piernas por primera vez con sus cosas. Me quedaron suavecitas. Jamás he tenido tanto vello en las piernas o las axilas, así que simplemente dejé de hacerlo porque, a pesar de la envidia de mi hermana, a mí me tocaron los genes lampiños de la familia de mi mamá.

Como a los 25 años me enamoré (🥴) y recuerdo que conversando con unas amigas, salió el tema de la depilación brasilera. Que “el sexo se sentía mejor” “que después tu vulva se acostumbra al dolor” “cuando te depilas seguido el vello te crece más fino” así que decidí hacérmela. Una de mis amigas me llevó a su lugar de confianza y ahí estaba yo, con las piernas abiertas de par en par como si fueran a sacarme un muchacho de ahí y llena de talco hasta el útero. Y pum, la primera jalada de pelo. Me acordé de mi hermana, pero como siempre hemos tenido una pelea tácita de egos me tragué el grito. La mujer seguía hablándome mientras me hacia el procedimiento que “para ser tu primera vez, no has gritado, que valiente” pero supongo que lo que dice mi psicóloga es verdad “a ti te dan miedo las cosas, pero igual las haces, con miedo, pero lo haces”

Salí con la carne a rojo vivo, arrepentida porque la mujer desconocida me había metido talco hasta los ovarios, me puso sus dedos con guantes quirúrgicos en lugares recónditos y ni un besito me dio. Me recomendó ponerme hielo para que no se me inflame más. Días después de esto, el sexo no tuvo nada de extraordinario y yo estaba bravísima de haber gastado tanto en algo que semanas después parecía que hasta una infección me iba a provocar.

Se puede comer sano, darse un gusto e ir al gym, por si acaso.

Otro comportamiento extraño que siempre he visto en mujeres, pero que yo nunca lo he aplicado porque desde que me llegó mi regla (en serio, en mi infancia y mi etapa pre púber mi madre me obligaba a comer) siempre he sido “buen diente”; es la dieta. Pero no esa dieta en la que realmente te estás preocupando por darle a tu cuerpo opciones más sanas o porque eres alérgica a ciertos alimentos y condimentos (yo soy alérgica al chocolate y a muchas cosas enlatadas pero eso es tema para otra entrada) sino a las dietas para conseguir un tipo de cuerpo que jamás vamos a tener.

En mi anterior trabajo, era normal que las ejecutivas de cuentas se torturen diariamente con bromas sobre su peso y sobre cuánto comían. Contrataban para sus almuerzos esos servicios de dietas a domicilio tristísimos, que a veces solo consistían de medio aguacate relleno con un vaso de té y ya. A las 4 de la tarde me las encontraba en la tienda de abajo, comiéndose helados, chucherías y básicamente bombas de chocolate y grasa, a escondidas, sintiéndose mal y reprochándose a ellas mismas por comer, prometiéndose que al día siguiente iban a cumplir la dieta con exactitud sí o sí. Lo más triste para mí era que todas tenían cuerpos hegemónicos, incluso más que el mío, y aún así no había minuto en el que no dejaran de cuestionarse si lo que comían estaba bien o estaba mal.

A veces prefiero dormir 10 minutos más que maquillarme y está bien.

Algo a lo que hace poco le agarré un poco de gusto, fue al maquillaje. Cuando era adolescente no usaba más que delineador porque me encantaba lo que se hacía en los ojos Gerard Way y yo quería verme así de triste. El otro tipo de maquillaje, ese más “girly”, mi misoginia interiorizada a esa edad, lo consideraba débil.

Ahora me maquillo de vez en cuando, en especial cuando tengo tiempo para hacerlo. Lo hago cuando tengo ganas, a veces incluso puedo maquillarme solo para ir a comprar al súper y regresar, pero recuerdo a mi madre torturándome en la adolescencia con “ponte aunque sea un poquito de blush, pareces muerta” y escuchar esa misma frase en el baño de mi anterior trabajo, mientras una ejecutiva se lo decía a la otra. Hace poco descubrí que soy alérgica al rímel y mientras me lavaba la cara con los ojos hirviendo de la alergia pensé por unos diez o veinte segundos en que me tomaría mucho tiempo hasta encontrar un rímel al que no sea alérgica y me quedé pensando…

Entiendo que todas nos queremos ver bien, pero: ¿Cómo te acostumbras a que una extraña te meta talco hasta las trompas de falopio? ¿Cómo te acostumbras al dolor? ¿En qué momento llegamos a pensar que está bien vivir comiéndote medio aguacate relleno en el almuerzo y atracarte de dulces más tarde? ¿Por qué tengo que maquillarme para “no parecer muerta”? ¿Cómo llegamos a normalizar la violencia sobre nuestros cuerpos solo para cumplir un estándar casi imposible? En esta parte sé que muchas saltarán con “pero a mí nadie me está obligando, mi novio no me exige que me depile” “yo me maquillo porque me gusta más como me veo después” o lo que alguna vez leí que alguien dijo y me dejó en shock “no me gustan los pelos porque siento que mi vagina no respira” (No pues, diosita puso los pelos ahí porque pensó “ToY AvUrRiDa”)

Pienso como hemos dejado que inconscientemente se nos meta a la cabeza que tenemos que hacer equis cosa para sentirnos más sexys, más lindas, más deseadas e incluso para ser consideradas hasta como más profesionales. Como si nuestros cuerpos ya de por sí, no estuvieran hechos para funcionar a la perfección. Los vellos tienen su función, la comida está hecha para disfrutarla, porque sino la industria gastronómica no existiría, y además ¿cuándo han visto que a sus hermanos, padres o hasta a sus compañeros de trabajo varones les han dicho que se maquillen para que se “vean más presentables”?

No soy la feminista perfecta que ama su reflejo 24/7, pero al menos todos los días lo intento.

¿Quién nos metió todo esto? No digo que después de leer esta reflexión dejen de ir a la peluquería (yo estoy escribiendo esto con un manicure recién hecho y con las cejas ardiéndome por el golpe de la cera) pero sí me gustaría que cada vez que hagan algo, pensemos por qué lo estamos haciendo. Eso me funcionó para que, después de 10 años de relación tóxica con los sostenes con fierros y copas rarísimas que mi madre me inculcó que tenía que ponerme porque eso es “ser mujer”, los cambie por bralettes, sostenes sports y a veces hasta lleve las tetas libres bajo la ropa.

El feminismo hasta me ha hecho dar cuenta que no tengo por qué sentirme mal si no sigo dietas estrictas, pero que sí puedo lograr resultados que me ayudarán a sentirme bien y a acostumbrarme a comer más sano, si lo acompaño con el ejercicio, que es bueno hasta para mi ansiedad.

La belleza no tiene por qué costar y no tenemos por qué ser las primeras personas en violentar nuestros cuerpos. Ya mucha mala onda recibimos de otras personas, como para hacernos eso a nosotras mismas todos los días. Repensemos los estándares de belleza, solo así podremos ser realmente lindas. No hay nada más hermoso y atractivo que una mujer que se ama en total libertad.

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Andrea Itúrburu

Feminista. Escritora que nunca dejará de estar en proceso